Inconscientes

Le tenemos miedo a lo inesperado, a los cambios, a eso que de pronto te cambia la vida. Pero, en realidad, la peor tragedia de nuestra vida es eso que se repite sin cesar.

Cuando alguien se expone a un peligro una y otra vez, decimos que es un inconsciente, ¿pero inconsciente de qué?

Nos gusta volver a escuchar la música que amamos, o comer la misma misma comida preferida. Repetimos lo que nos gusta, pero por alguna razón también repetimos lo que nos hace mal.

Estamos dormidos viviendo de memoria, haciendo lo mismo día tras día, como un disco rallado... hasta que algo, o alguien, nos cambia la perspectiva. Muchos creen que no ser conscientes es una forma de viajar liviano.

Sin darnos cuenta vamos creando las condiciones para que vuelva a ocurrir eso que nos hace tan mal. Pero, ¿por qué lo hacemos?

Cuando sos chico no sos consciente de los peligros a los que te exponés. Esa es la diferencia entre chicos y adultos: la inconsciencia sobre el peligro. Cuando sos grande sos el único responsable de caer una y otra vez en la misma trampa.

Lo inconsciente no es lo que no podemos ver, sino lo que no queremos ver. Hay algo que tenemos en común todos los seres humanos: todos tenemos algo que no queremos ver.

La inconsciencia es un bálsamo. Ser consciente, estar despierto, es una tarea compleja. Estar despierto es agotador, es por eso que todo el tiempo nos refugiamos en la cálida y cómoda inconsciencia.

A veces estamos tan dormidos que si viniera alguien a decirnos: ¡ey, estás cometiendo otra vez el mismo error!, pensaríamos que está loco. El secreto de la inconsciencia es no ver lo evidente. Y ahí estoy, otra vez, dando una pelea que no es la mía.

¿Qué pasaría si despertaras? ¿Qué pasaría?

Esa fuerza poderosa que nos lleva a repetir una y otra vez lo que nos lastima, no es caprichosa, algo quiere, ¿pero qué?

Nuestro inconsciente es como una caverna oscura: iluminada de tanto en tanto por un destello, y está hecho de nuestro miedos, de todo lo que no queremos enfrentar.

Despertar es abrir los ojos al abismo que suele ser la vida. Es por eso que todos preferimos guardar esa verdad en la más hermética inconsciencia. Pero a pesar del gran esfuerzo que hacemos por no despertar, a veces, la vida, no nos deja escapatoria.
A veces, la vida nos encierra en un callejón sin salida y no nos deja otra opción más que abrir los ojos. Ya está, la vida te despertó de un cachetazo. Eso ocurre, a veces, ocurre. La pregunta es, ¿y ahora, qué vas a hacer?

Sabemos como lidiar con la frivolidad de la mentira pero casi nadie está dispuesto a afrontar la crudeza de la verdad. Es por eso que casi siempre la primera reacción es correr, huir, alejarse de la verdad.

Tal vez tenemos miedo de despertar, porque ese despertar podría ser violento. Quizás el miedo sea liberar a ese ser oprimido y pisoteado durante tanto tiempo. Quizá, al que queremos mantener dormido es a ese otro que sufre en silencio a cualquier precio. Y de pronto te encontrás otra vez en la misma escena, haciendo lo mismo de siempre, sufriendo lo mismo de siempre, y te preguntás, ¿cómo llegué acá? ¿Cómo? Tratando de no despertar.

La vida te va a acercar oportunidades para despertar, como para seguir inconsciente. Ya es tu responsabilidad tomar o la otra.

Despertar no es placentero, ni divertido, ni alegre, solamente es real. Ser consciente no es algo sencillo y nadie te asegura que podrás manejarlo. Despertar es crudo, es duro y caótico. El verdadero despertar es como el despertar tras una pesadilla, con un grito, agitados y con la firme decisión de salir de ese mundo tortuoso. No es fácil, es duro, angustiante y aterrador, y está lleno de falsas soluciones, y ante esa decisión estás solo.

Una sola cosa es segura tras el despertar: no hay vuelta atrás.



                     Aliados.
                    Marleny santos.

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